A Simón Rodríguez

A Simón Rodríguez

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,
largamente abrevaba sus tigres el dolor! 
Los hierros que le abrieron el pecho generoso 
¡más anchas le dejaron las cuencas del amor! 

¡Oh, labriego, cuyo hijo de su labio aprendía
el himno y la plegaria, nunca viste el fulgor 
del lucero cautivo que en sus carnes ardía: 
pasaste sin besar su corazón en flor!

Simón Rodríguez, ¿recuerdas que alguna vez prendiste 
su nombre a un comentario brutal o baladí? 
Cien veces lo miraste, ninguna vez lo viste 
¡y en el solar de tu hijo, de él hay más que de ti!  

Pasó por él su fina, su delicada esteva, 
abriendo surcos donde alojar perfección. 
 La albada de virtudes de que lento se nieva 
 es suya. Maestro del Libertador.

Por eso aún el polvo de sus huesos sustenta 
púrpura de rosales de violento llamear.
¡Y el cuidador de tumbas, como aroma, me cuenta, las 
plantas del que huella sus huesos, al pasar!

Simón Rodríguez expósito de padres
Pero padre de muchos,
Simón Rodríguez, ser conspicuo, insigne.

Samuel Robinson, Maestro del Libertador.

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